Los perros duros no bailan – Arturo Pérez-Reverte

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Los perros duros no bailan

Arturo Pérez-Reverte

RESEÑA

«―Canis canis lupus ―filosofó Agilulfo».

Vuelvo hoy con otra reseña de uno de mis favoritos: Arturo Pérez-Reverte. Se trata esta vez de un breve, lo que yo llamo un fácil, casi una novela corta, pero que no han de creer desmerecida por todos estos adjetivos. Me refiero a Los perros duros no bailan en semejantes términos porque esta obra es una golosina para la mente: breve pero intensa y, además, muy divertida. Encontrará el lector en sus páginas un compendio sobre la humanidad, pero sin la humanidad. Todo ello construido a partir de una  variada pléyade de personajes peludos de cuatro patas y razas variadas; unos perros muy humanos que nos traen las reflexiones de este aclamado autor disfrazadas de historia canina trivial, pero que no lo es para nada. En absoluto.

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Y es que los perros no dejan de ser seres vivos que, mediante la técnica narrativa de la prosopopeya o personificación, nos pueden mostrar el mundo que nos rodea de maneras y formas que tal vez no todos aceptaríamos si nos las quisiera transmitir un humano. Con la lealtad como bandera, don Arturo nos presenta en estas páginas un retrato de la sociedad actual a través de un elenco de personajes cánidos de todas las razas, procedencias y creencias. Están Helmut y sus colegas nazis; Tequila, la narco méxicana o Agilulfo, el filósofo sabiondo y pedante que solo sabe hablar a través de citas ajenas y latinajos, como si de un loro se tratara, aunque, eso sí, bien elegidos y muy bien traídos en el contexto en que los va soltando. Obtiene así el autor un texto ágil y divertido en el que se van entretejiendo reflexiones ―más humanas de lo que cabría esperar― con esperanzas, sueños, frustraciones y pasado de los protagonistas para mostrarnos, filtrado por la fantasía de la ficción ―y la realidad, por supuesto, como la de las apuestas humanas en peleas de perros ilegales, que sirve de telón de fondo a esta narración―, lo sórdido del ser humano:

«Me detuve, alzando una pata para echar una última meada: mi marca, por si no volvía. Negro estuvo aquí. Y mientras lo hacía, por un momento pensé en todos los que ladraban. En aquellos compañeros de infortunio sentenciados a un final infame: perros que, como había dicho el dogo, tal vez un día fueron cachorrillos mimados, felices, arrancados de su sueño confortable por la estupidez y la crueldad humana y que ahora, en aquellas sucias jaulas, esperaban su destino como sparrings o como luchadores. Como carne fácil de coso y arena; o, en el mejor de los casos, abocados a un destino de decadencia, miseria, enfermedad y locura. Perros sin dueño, abandonados, robados, secuestrados, perdidos en un mundo sin piedad. Y mientras recorría el breve trecho entre la jaula y la furgoneta, oyéndolos ladrar su desesperación y su tragedia, recordé una de las historias a las que solía referirse Agilulfo cuando Teo y yo dábamos lengüetazos al agua ansiada del Abrevadero: algo sobre un tal Espartaco, un gladiador romano; un luchador que se había rebelado contra sus amos y echado al monte con sus camaradas. Un esclavo que había sabido ser libre antes de morir vendiendo cara su piel y de acabar crucificado, o algo parecido.
(…)
A diferencia de los humanos, rara vez los cánidos rematamos a un enemigo que se proclama vencido. Aunque los perros somos lo que los amos hacen de nosotros, héroes o criminales, y no siempre un amo está a la altura de su perro, casi todos, excepto los que se vuelven locos, respetamos ciertas reglas caninas.
(…)
Entre los humanos hay de todo: seres dignos que nos dan educación, amor y felicidad, y seres miserables cuyas virtudes no están a la altura de las de un buen chucho: villanos que envilecen nuestra vida y nos llevan a la tristeza, el abandono, la soledad, el horror y la locura. Entre estos últimos, los malvados, hay también tipos muy diversos, desde el estúpido animal cuya burda bestialidad supera a la nuestra, hasta que el que tiene dos dedos de frente y puede razonar con inteligencia».

Es una obra diferente a la que cabría esperar de don Arturo, pero impregnada con ese sello personal que lo distingue, su forma de expresarse y su estilo narrativo bien visibles detrás de todo el trasfondo de la trama. Un libro que nos demuestra, una vez más y por si no lo sabíamos, la capacidad de Pérez-Reverte como contador de historias de todo tipo. Con no poca habilidad es capaz de meterse en el alma de un perro muy humano que se enfrenta a la tan habitual situación de tener que mostrar al mal tiempo, buena cara ―mira, si no me falla la memoria, ese debe de ser uno de los pocos refranes que Agilulfo se deja en el tintero, o en el ladrido, a lo largo de la trama―:

«Tuve que sonreír a media lengua para calmar los ánimos, aunque maldita la gana que tenía de componer sonrisas. En realidad, aquellos dos me conocían bien, o lo razonable, y habían calado la cosa. Yo estaba de un ánimo fúnebre, de esos días en que uno necesita bronca para echar fuera los diablos que se acumulan dentro. En mi cabeza se agolpaban recuerdos propios mezclados con escenas imaginarias que habían surgido en las últimas horas. Colmillos, ladridos, sudor. Locura y sangre. Pensaba en Teo y Boris metidos en aquello, y sentía ganas de aullar fuerte, al sol y la luna. A los perros y a los hombres. También pensaba en Dido. Puta miseria.».

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Como decía más arriba, aparecen en este texto los inmigrantes ―Margot la Porteña, argentina feminista, por ejemplo―, los neonazis, los narcos mexicanos y, en fin, todas las clases sociales representadas también, por supuesto, en los perros y perras más finolis, los callejeros, Rudi la Dog Queen o la Susa, que te quita unas penas por un hueso roído. El perro policía  y otros cánidos completan, pues, una crítica social que a nadie pasará por alto y que nos hará reflexionar. Y nos muestra de nuevo, con toda esa parafernalia que adorna su literatura, y a modo premonitorio, un mensaje que se repite en otras obras recientes de don Arturo ―por ejemplo, no recuerdo en cuál, pero al menos en uno o dos de los de la serie Falcó decían algo parecido, pero en humano―. A esto me refiero:

«―En los momentos críticos de la Historia ―dijo―, siempre hay un pelotón de perros disciplinados que salva la civilización occidental.».

Amenas y deleitosas correlaciones alegrarán nuestra lectura, como cuando habla de tecnología perruna, como la de Radio Perro ―les reservo el placer de descubrir en qué consiste cuando lo lean del puño y letra de don Arturo―, arrancándonos sonrisas cuando no carcajadas que nos relajarán un poco de la tensión narrativa que la misión de Negro, el protagonista, nos generará. Más sonrisas obtendremos cuando encontremos referencias a aquel personaje publicitario que los más jóvenes quizás no conozcan pero que los de mi quinta y posteriores sí recordarán: Rodolfo Langostino. También asentiremos con la cabeza, cómplices con el autor, cuando descubramos alguna referencia a la película Blade Runner u otras obras y/o personajes históricos bien conocidos o cuando averigüemos cómo hace un perro las típicas pintadas humanas de cuarto de baño en plan «Yo estuve aquí». En fin, que don Arturo nos enseña aquí la mejor forma de decir lo que se piensa mediante un personaje que te proteja, a la vez, de las hordas defensoras de lo políticamente correcto. He aquí un claro ejemplo:

«Una de las ventajas que los animales poseemos sobre los humanos es que nadie nos exige ser políticamente correctos. Ahí jugamos en casa. Miren los monos: todo el día dale que te pego al manubrio o la coyunda, a su rollo, con los niños encantados en los zoológicos y los padres riendo la gracia. O sea, que los animales estamos a salvo de esa clase de gilipolleces. De momento, al menos. Nadie anda fiscalizándonos, y cuando se impone nuestra naturaleza tenemos la excusa de que somos, dicen, irracionales.. Así que nos dan manga ancha. Cuartelillo, vamos. Con esos antecedentes no les extrañe que al ver pasar a Dido ―luego sabríamos que se llamaba así― por nuestro lado, Teo y yo nos diéramos con el codo de la pata, nos parásemos como un solo perro y le ladrásemos de todo.  Guá, guá, guá. Te comeríamos hasta el collar antiparásitos, etcétera. Tía hermosa. Si lo que le dijimos aquel día se lo dice un humano a una humana, el fulano acaba en comisaría a la media hora. Pero por suerte no éramos humanos. Los perros somos machistas, oigan. Faltaría más. Y a mucha honra».
(…)
«Creo que fue en ese momento cuando empecé a perderla, antes incluso de llegar a poseerla. Su tono despectivo, la mirada guasona que Teo me dirigió, me recordaron una vez más que las perras prefieren los golfos a los caballeros. Quedó patente un poco más tarde, después de que él hubiera terminado. Mientras la montaba ―con más urgencia que habilidad, pues grandullón como soy siempre fui torpe con las hembras―, Dido se había limitado a quedarse quieta, flexionadas las patas de atrás. Sumisa, y punto. Pero cuando Teo tomó el relevo con sus modales de chulo de barrio, con su manera canalla de sonreír pasándose la lengua entre los colmillos, ella torció el pescuezo y empezó a tirarle mordiscos apasionados mientras ladraba, enloquecida. Aullando como una perra».

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Después de leer la cita anterior de Los perros duros no bailan entenderéis que fuera inevitable para el autor referirse en sus líneas a Dante y Beatriz. Pero no solo eso lo convierte en un libro atractivo y ameno; también las referencias a Espartaco, y que casi firmaría a ojos cerrados cualquier miembro del partido animalista, lo convierten en una obra que merece la pena leer, no solo para pasar un buen y divertido rato, sino, también, por qué no, y por muy perruna que sea la trama, para reflexionar. Y paro aquí porque se me va la mano y empiezo a destripar, y no es plan. Así que, vamos, no seas perraco, demuestra tu lealtad moviendo el culo y consiguiendo ya un ejemplar de Los perros duros no bailan. Y no demores su lectura porque tus neuronas, por humanas que sean, lo agradecerán con ladridos de alegría y lametones mentales. Palabra.

Sopa de letras con mensaje oculto de «Los perros duros no bailan»

A modo de pasatiempo he creado una sopa de letras con mensaje oculto, aquí la tenéis, descargable en PDF pinchando aquí.

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P.D.1: Pincha aquí para leer mi reseña de «Sidi. Un relato de frontera» y/o hacer un crucigrama sobre dicha novela de Pérez-Reverte.

P.D.2: Otras reseñas de libros de Pérez-Reverte pinchando aquí.

Ficha técnica:

Editorial: Alfaguara

ISBN ebook: 978-84-204-3313-4

Formato: E-book

Género: Novela negra, policíaca. Canina.

Traducción: No procede (salvo que consideremos la traducción del perruno al humano, que habría estado a cargo de Arturo Pérez-Reverte Gutiérrez).

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