Antítesis
Entro en un bar de copas, salgo de la sobriedad. Es pasada la medianoche, aunque aún falta tanto para el mediodía… En el bar hay mucha gente y pocas almas, aunque son personas de todo tipo y, por eso mismo, parecen todos iguales. En la barra, un tipo con gafas de pasta, camisa de flores y patillas algo difusas, discute con el camarero, al otro lado de la barra, de mirada penetrante y limpia, camisa blanca y patillas bien recortadas. Este último, que en realidad es el primero (en llegar y en irse), dado el estado de embriaguez del cliente, hace uso de su lucidez y se niega a servirle más bebidas alcohólicas, sirviéndole así algo de autoestima y respeto por sí mismo. Pero el borracho, como si supiera lo que hace, no acepta la dádiva y entrega su propio regalo: rompe un vaso contra el mostrador, como el que rompe el mostrador con un vaso. Por ello es expulsado del local a la sobriedad de la que yo huyo por los descontrolados controladores de acceso del bar.
Al día siguiente, ya acabada la noche, temprano para el lechero y tarde para la marmota, cuando espero y desespero el metro en Callao para ir a trabajar, y con el trabajo descansar del ajetreo nocturno, veo al mismo tipo durmiendo, que pareciera tocar diana a base de ronquidos, en un banco del andén, aunque lo podría hacer igualmente de pie. En el suelo sus zapatos andan tan sueltos como si volaran libres por el techo y en sus pies luce unos calcetines tan agujereados que aparenta no llevarlos. Por esos agujeros asoman ambos dedos gordos y se esconden sus delgados tobillos. Los demás, que se identifican con él porque, al final, son él mismo, al principio procuran mantenerse alejados del tipo que es tan cercano a ellos y murmuran sobre él lo que no se atreven a decir sobre sí mismos.
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.