El diablo de Sharpe – Bernard Cornwell

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El diablo de Sharpe

Bernard Cornwell

RESEÑA

Quizás una de las razones que me animaron a leer esta novela fue el mapa que muestro en la siguiente imagen y que va incluido al comienzo del libro a reseñar hoy. Y me animó porque yo anduve por esos lares hará algo más de veinte años (luego, si eso, os pongo una foto que conservo de aquel viaje), cuando estuve de becario en la Universidad de Playa Ancha de Valparaíso (Chile). No llegué a visitar ninguno de los fuertes, y del que más cerca estuve fue del de Niebla, pero por falta de tiempo (nos dirigíamos bastante más al sur), por el clima (diluviaba como si no hubiera un mañana) y otras vicisitudes que no vienen a cuento, el grupo con el que iba pasó bastante de largo aquella zona. En fin, que ver este mapa en este libro que gané en un sorteo (mira tú por dónde, la primera y única vez que gano un libro en un concurso) me removió a ponerlo el primero en la larga lista de lecturas pendientes que acumulo desde hace meses. De no ser así, quizás lo hubiera dejado de los últimos y ya sabéis lo que pasa a veces, que van llegando novedades que desplazan a otros ejemplares(como lo ha hecho este con algunas de las obras que se sostienen en complicado equilibrio en mi mesita de noche) y, al final, acabas por no leerlo. Pero el caso es que lo agarré y lo leí con fruición y aquí va la reseña. Pero antes, os dejo el mapa de marras culpable de que tengáis que sufrirme ahora con esta crítica literaria:

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Al lío: Bernard Cornwell es un británico que lleva escribiendo casi desde que yo llevo pañales (de hecho, su primera novela con el personaje Sharpe es de 1981 si no me equivoco) y tiene varias sagas, siendo una de las más conocidas, si no la que más, la del teniente coronel Richard Sharpe, del regimiento de fusileros (chaquetas verdes). Conocida esta saga por retratar, entre otras, las guerras napoleónicas, con episodios sucedidos incluso en tierras españolas, el autor se lanza en «El diablo de Sharpe» a explorar las relaciones posibles entre la independencia chilena y Napoleón Bonaparte y Lord Cochrane. Acompañado de su fiel amigo, el sargento Harper, Sharpe se ve impelido a viajar hasta Chile para averiguar qué sucedió con el desaparecido y dado por muerto capitán general de la colonia española en Chile don Blas de Vivar, militar español con el que el protagonista compartió batallas en su día y con el que siente un apego y amistad que le impiden eludir tal misión. Y todo esto lo hace acompañado de personajes históricos que, por cierto, tienen sus gustos y opiniones respecto a determinados sectores de la sociedad y a Cornwell no le tiembla el pulso para mostrarlas, muy acertadamente en mi opinión:

«Detesto a los abogados. No creo que hubiera ni uno solo de mis logros que un abogado no intentara marchitar. Los abogados no son hombres, conozco a los hombres y le digo que no he conocido a ningún abogado que poseyera verdadero coraje, el coraje de  un soldado, el coraje de un hombre. (…) ¿Sabe quién crucificó a nuestro Señor? (…) ¡Los malditos curas y los jodidos abogados! ¡Ellos lo crucificaron! ¡No los soldados! Los soldados sólo obedecen órdenes, porque para eso les pagan, pero ¿quién da las órdenes? ¡Los curas y los abogados! ¡Ellos las dan! Y aún siguen sembrando el desastre en la tierra de Dios. (…) Antes preferiría asarme en el infierno con un batallón de soldados malditos que sorber néctar en el cielo al lado de un abogado ladrón o de un sacerdote lleno de veneno. (…) ¿Ha visto alguna vez a un abogado pidiendo disculpas? Yo no, y me imagino que no lo ha visto nadie. Debe de ser como ver a una serpiente comer su propio vómito».

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Con el subtitulo «Napoleón y la independencia de Chile 1820-1821» el escritor británico no hace con esta obra sino aquello a lo que su origen y nacionalidad le empuja y, así, emite en esta novela una convencida alegoría al engaño y la mentira como tácticas militares; estrategias que tan buen resultado han dado a los enemigos del imperio español en siglos pretéritos (y sigue haciéndolo), aunque claro, quien esté libre de pecado… Pero eso no ha de convertirse en un pero, si me permiten la reiteración, sino que otorga al lector español de «El diablo de Sharpe» una pátina de autocrítica que le empujará a preguntarse el porqué de la caída del mencionado imperio.  Y el autor nos da respuestas, por supuesto, claro que nos las da. No voy a destripar la novela aquí, como siempre procuro evitar, pero sí os adelanto que Bernard Cornwell, muy lúcidamente, nos hace un retrato del flaco favor que pueden prestar las creencias mágicas y/o religiosas a un ejército a priori disciplinado y eficiente, a la par que honorable y noble, frente a los trucos y engaños de una panda de cuasi piratas que solo piensan en el botín. Casi, casi, lo mismo que los responsables españoles de aquellas colonias, para qué engañarnos. Un texto que a algunos, quizás a los más fanáticos, puede no gustarle (mala suerte, pues está muy bien escrito), pero que nos desvela algunos de los grandes defectos de la pretérita hispanidad y nos obliga a ser menos autocomplacientes y más autocríticos. Y con razón. La desaparición del amigo de Sharpe, Blas Vivar, como dije más arriba sirve de referente para ejemplificar algunos de esos defectos tan españoles durante su búsqueda:

«Marcos estaba destinado en la ciudadela de Valdivia cuando Blas Vivar desapareció. Conocía a algunos de los soldados de caballería que habían formado parte de la escolta que había acompañado al capitán general Vivar en su ruta de inspección por el sur. Al mando de dicha escolta, iba el capitán Lerrana, quien ahora era el coronel Lerrana y uno de los amigos más íntimos del general Bautista. Marcos acompañó esta revelación con un guiño significativo, y entonces hizo una pausa para rascarse la entrepierna vigorosamente. A esto siguió un intervalo de  silencio, durante el cual persiguió y atrapó un pijo particularmente molesto que aplastó de forma sanguinolenta entre el pulgar y la uña del dedo, antes de cerrarse bien y de un tirón la abertura de los pantalones».

Esta novela también es una lección naval. Siendo la primera aventura en barco de Richard Sharpe, los términos navales (imbornales, jarcias y un largo etcétera de ellos) inundan el texto como un oleaje salvaje que te empapa y al que tienes que enfrentarte como un marinero más, cuerpo a cuerpo y sin excusas. De esta forma, acabas el libro sintiendo que has asistido a un curso intensivo en un club náutico de prestigio y que podrías embarcarte en cualquier navío y conversar con cualquier miembro de su tripulación sin desmerecer en nada. Por no asustaros con un exceso de terminología os pongo aquí algún fragmento de marejadilla (para la mar arbolada ya os recomiendo que leáis el libro; no os quiero amedrentar, al contrario, de verdad, cuando os metáis en la tempestad que desata el autor en las páginas de navegación, lo vais a disfrutar, lo que aquí os dejo es solo un aperitivo para abrir boca):

«Otero se alejó para ocuparse del barco. El fuerte de Niebla disparó una salva y uno de los largos nueve libras de la proa de la fragata le devolvió el saludo. Los disparos resonaron con rotundidad en las montañas escarpadas, donde había unos cuantos árboles enanos que el viento había inclinado permanentemente hacia el norte. Los marineros subían rápidamente a la arboladura para aferrar las velas tras su larga travesía. Se oyó un crujido cuando se soltó el ancla de estribor y, a continuación, el retumbo áspero de las brazas de cadena que repiquetearon a través del escobén. Los fragantes aromas de la tierra intentaron en vano derrotar la nube nociva del hedor a pozo negro, con cierta dosis de olor a pólvora, que envolvía al Espíritu Santo. Tras disparar su saludo, la fragata se detuvo cuando el ancla se hundió en el fondo del puerto y, a continuación, dio la vuelta a merced de la marea, que empujó el casco haciéndolo virar lentamente. El humo de la salva se arremolinó y se alejó flotando por la bahía».

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Una obra lineal, sin distracciones ni elipsis ni flashforwards ni similares, narrada en tercera persona, con una tipografía grande y cómoda, y una traducción muy acertada a mi entender, la novela «El diablo de Sharpe«, es además ágil, amena, entretenida y está llena de personajes tan entrañables como curtidos y resabiados, por lo que os la leeréis en un par de ratos o tres, como yo. Y veréis qué bien lo pasáis. Arriad las velas, subiros a vuestro castillo de popa y, sin soltar el timón, agarrad un ejemplar de «El diablo de Sharpe» y disfrutad la travesía libres de mareos y biodramina, que ya os garantizo que no os va a hacer falta para deleitaros con esta lectura. Por cierto, os dejo foto del autor, que en esta reseña casi se me olvida:

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Y como lo prometido es deuda, aquí va, también, la foto de cuando estuve en Valdivia hace unos veinte años o más (al fondo aunque no se ve estaría el fuerte de Niebla). Y sí, soy el de la boca abierta, ¿quién si no?:

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Hasta la próxima.

Ficha técnica:

Editorial: Edhasa, narrativas históricas.

ISBN: 978-84-350-3583-5

Edición: Primera edición en esta colección (enero 2020). Original en inglés: 1992.

Formato: Papel

Género: Novela histórica.

Traducción: Montse Batista (2013).

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