El músico
Hago un intro que lo flipas en un bar de copas donde tengo contratado un bolo para pasada la medianoche. Hay mucha gente de todo tipo con ganas de bailar y mi actuación les da la excusa perfecta. En la barra me llama la atención un notas con unas gafas de pasta que parecen unas corcheas mal puestas, camisa de flores cuya disposición me recuerda a una partitura de Metallica y patillas al estilo Chayanne, pero en cutre. Se pone a discutir con el camarero. Este, dado el estado de embriaguez de aquel, sin una nota más alta que otra se niega a servirle más bebidas espirituosas y el borracho rompe un vaso contra el mostrador al estilo Jimmi Hendrix cuando destrozó su guitarra, pero sin beso previo. Debido a todo ello es expulsado del local por los controladores de acceso del mismo mientras yo, impasible y profesional, continúo mi concierto.
Al día siguiente, temprano, cuando beodo y drogado perdido y con una grupi rubia espero el metro en Callao para irme a casa a lo que surja —o a descansar, en su defecto—, veo al mismo tipo durmiendo en un banco del andén, escenario improvisado de su magistral interpretación sonora. Sus ronquidos en adagio acompañan rítmicamente los malintencionados murmullos acerca de su situación que los demás van recitando a capela y en voz baja, como si de un coro de tímidos se tratase. A la vez, procuran manterse alejados de él, igual que si los seguratas de un concierto hubieran establecido un perímetro de seguridad alrededor del feliz roncador, estrella principal del improvisado evento subterráneo. Ah, por cierto, en el suelo, junto al borracho, también cantan sus zapatos y en sus pies unos calcetines agujereados dejan asomar ambos dedos gordos, que actúan cual coristas de profunda y grave voz.
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.
