En el gueto

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Me sorprende cada vez más la habilidad del ser humano, supuestamente inteligente, para usar mal las herramientas de que dispone. Igual estoy equivocado y soy yo el que las usa —o pretende que otros las usen— mal, pero eso lo han de juzgar ustedes. No hace mucho intentaba recuperar la esperanza en la humanidad en otro artículo que aquí publicaba, pero se me hace cuesta arriba mantener dicha esperanza. Empiezan a ser muchos los años que llevo observando estos pequeños detalles de los que les vengo a hablar y no puedo callarme más el asunto que aquí les traigo.

Me refiero, ni más ni menos, a Internet en general y a las redes sociales en particular, con sus guetos ideológicos cada vez más compartimentados e identificados.

Dejando aparte trolls y otras especies virtuales inherentes al espíritu humano que darían para escribir unas cuantas líneas —mas, quizás, no las merecen—, hoy deseo señalar el gheto ideológico, o mejor, los ghetos, en plural, que estamos creando en las redes. Porque cuando has estado media vida observando y viendo lo que sucede con estas herramientas, que habrían de ser beneficiosas y positivas para la humanidad, acabas concluyendo que sí, que todo muy bonito, que si la libertad de información, que si todo lo que prometía Internet para nosotros, que si iba a ser tan enriquecedora… Pero no.

Parece que el ser humano no está preparado para la disensión y, claro, esto se refleja más que nunca en las redes. Vamos metiéndonos en ellas y nos volvemos intolerantes con aquellos que piensan de forma diferente a nosotros —y se atreven a expresarlo— y, entonces, los insultamos —o no— y, sobre todo, los acabamos bloqueando o, al menos, dejamos de seguirlos. Antes de Internet estas disensiones se daban en los bares y allí no podías bloquear a nadie. Como mucho podías largarte, pero la democracia funcionaba porque al día siguiente te volvías a encontrar con el que piensa diferente en el mismo bar o en la calle o en el mercado. Y podías seguir opinando y escuchando opiniones contrarias y distintas a las tuyas, y enriquecer a otros y enriquecerte tú mismo con ello, si estabas dispuesto, claro. Sin embargo, ahora, eso cada vez es más difícil. Nadie quiere escuchar lo que no le gusta ni, mucho menos, respetar las ideas del prójimo.

Así, cada cual va configurando su propio gueto ideológico, del que sólo forman parte las personas que piensan como él —o ella, no vayan a tacharme, también, de sexista— y, en consecuencia, dicen lo que le gusta oír o, peor aún, lo que le gusta creer. Un gheto ideológico —por cierto, si utilizo aquí la palabra gueto es en su sentido absoluto de pobreza, ruina y miseria— en el que nos vamos recreando y donde podemos ahondar y afianzarnos en nuestras creencias rodeados de una grey de lameculos —que sólo siguen ahí porque lamen el nuestro, claro— sin importarnos en absoluto si son ciertas o falsas. Un gheto en el que nos encerramos para buscar las noticias que confirman nuestras tendenciosas sospechas y pensamientos y obviamos las que no nos interesan. Un gheto del que sólo salimos de vez en cuando para insultar al que no piensa como nosotros o, en el mejor de los casos, para practicarle el proselitismo más despiadado.

La humanidad siempre ha tenido en su seno personas dispuestas a usar cualquier nuevo invento o descubrimiento, cualquier nueva herramienta, para hacer el mal a sus semejantes o al planeta —que viene a ser casi lo mismo—. Quizás el supuesto anonimato o la sensación de seguridad —cuando no se practica el citado anonimato— que nos proporciona el socializarnos en la quietud de nuestra casa o del lugar que sentimos como nuestro refugio, esté haciendo que nos resulte más fácil pasarnos a ese lado oscuro. O, tal vez, simplemente ahora se visualiza más gracias a esas redes de las que casi todos participamos en público estriptis.

Recuerdo que nos contaban, a los que más o menos vimos llegar Internet a este país de goyescos duelos a garrotazos, que Internet traería conocimientos, sabiduría, más comunicación e intercambio de ideas y la posibilidad de una unión y armonía con la que conseguir un mundo mejor. Pues, al menos yo, cada vez veo todo eso más lejos. Ya ni vemos las noticias más o menos serias y contrastadas de buenos y profesionales medios de comunicación —los que dejaron de verlas dicen que nos alienaban, fíjate tú— y preferimos ver o seguir a cualquier pelanas inculto —disculpen el pleonasmo— como Trump —pido perdón de nuevo, esta vez por aumentar el pleonasmo aún más— u otros desinformando o hablando de teorías de la conspiración o, simplemente, de un hobby que nos mantenga alejados de esa realidad cada vez más compleja y más difícil de aprehender —que no digo que no podamos seguirlos ni tener un hobby del que informarnos por Internet, no se trata de matar al mensajero sino que no lo convirtamos en nuestro gueto, que ya hemos tenido en este país y en este mundo muchos siglos y malos ejemplos de guetos fundamentados en un sólo libro, idea, fe o persona—. Y es que, parece que, en vez de la unión hace la fuerza, el individualismo se impone gracias a las redes sociales —qué ironía, ¿verdad?— y funciona el divide y vencerás. Cierto. Nos vamos dividiendo en guetos y parece que nadie gana con esta situación, salvo que el plan de popularizar Internet ya previera que sucedería así y, de ese modo, finalmente se esté cumpliendo la ya citada máxima de divide y vencerás. En este último caso sólo habría que descubrir, si es que no se sabe ya, quién está saliendo beneficiado de nuestro individualismo y división —uy, qué miedo, ahora el maldito conspiranoico soy yo, el que los criticaba hace un minuto, qué divertido—.

Puedo estar equivocado, claro que sí, y lo admito de antemano, pero a estas alturas sólo me queda preguntarme, para terminar este breve ensayo y mientras escucho el temazo de Mac Davis In the Guetto interpretado por Elvis Presley, cuántos dejarán de seguirme o me bloquearán después de leer —y si es que llegan al final, que algunos ni lo harán— lo que he escrito en este, mi gueto.

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Hasta la próxima.

2 comentarios en «En el gueto»

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