Anacronías: Analepsis y prolepsis
La multitud, asustada, retrocedía sin dejar de murmurar, procurando mantenerse alejada de él.
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Entro en un bar de copas pasada la medianoche. Hay mucha gente de todo tipo. En la barra, un tipo con gafas de pasta, camisa de flores y patillas algo difusas, discute con el camarero.
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Me escondí debajo de la mesa de la cocina, temblando. Otra vez ese hombre le gritaba a mi madre y esgrimía una botella de cristal vacía en la mano. La arrinconaba contra el fregador, escupiéndole en la cara al hablar con todo su fétido aliento de destilería. Y yo, impotente, apretaba los puños e imploraba a mi padre, para que bajara del cielo y la salvara de otra inevitable paliza.
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El camarero, dado el estado de embriaguez de su cliente, se niega a servirle más bebidas alcohólicas y el borracho rompe un vaso contra el mostrador, por lo que es expulsado del local por los controladores de acceso del mismo.
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Desperté en la residencia de ancianos a mis noventa y nueve años. Me levanté como pude y, arrastrando los pies, me acerqué a la ventana. Comprobé que en el patio se consumaba otra vez la misma escena, repetida en aquel bucle infinito que se había iniciado, en su día, en la estación de metro de Callao. En un banco del jardín, un residente cualquiera y el resto del personal y compañeros la reproducían para mí.
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Al día siguiente, temprano, cuando espero el metro en Callao para ir a trabajar, veo al mismo tipo durmiendo en un banco del andén. En el suelo sus zapatos y en sus pies unos calcetines agujereados por los que asoman ambos dedos gordos. No imagino en ese momento, mientras me uno a los que de él se alejan murmurando, que aquella situación me perseguiría durante el resto de mi vida…
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.
