Traficante
Comienzo el trapicheo pasada la medianoche entrando en un pedazo de antro que te cagas. Hay mucha peña de todo tipo con ganas de pillar que quedan deslumbrados por el brillo de mis cadenas de oro. ¡Esta noche triunfo! De repente veo en la barra a un tipo con gafas de pasta, camisa más hortera que la mía —que ya le vale al colega— y patillas algo difusas, discutiendo con el camarero. Seguro que le coloco unas cuantas dosis, aunque como siga así la va a liar parda y si viene la pasma me jode el bisnes el muy capullo. El encargado, dado el estado de embriaguez del beodo, se niega a servirle más bebidas alcohólicas, por lo que tal y como me temía el imbécil rompe un vaso contra el mostrador con intención de liarla. Como venga la bofia a meter las narices por aquí me lo cargo por gilipollas. Por suerte para él y su preciada vida, enseguida es expulsado del local por los controladores de acceso del mismo y yo salgo detrás a ofrecerle mi mercancía con el sobrecoste adecuado a su nivel de desesperación. ¡Más beneficio para mí!
Al día siguiente, temprano, cuando espero el metro en Callao para ir a sobar, que de día los gatos recuperan su color y los pitufos se multiplican y no quiero acabar en la trena, veo al hijueputa de mi cliente VIP durmiendo la mona en un banco del andén. No me extraña, con lo que me pilló hace unas horas irá hasta el culo. En el suelo descansan sus zapatos y en sus asquerosos pinreles unos calcetines agujereados por los que asoman ambos dedos gordos. ¡Qué asco! Los demás procuran mantenerse alejados del tipo arrimándose de paso a mí, cosa a la que estoy poco acostumbrado pues la gente normal más bien suele apartarse de mi camino, por lo que, al tenerlos tan cerca, escucho cómo murmuran sobre él las más desacertadas suposiciones respecto a lo que se ha podido meter en el body para estar tan puesto. Angelicos míos, no tienen ni puta idea.
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.