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Cobarde

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Este… Hola… Me han dicho que cuente lo que me pasó el otro día, pero me da miedo por si lo lee alguno de los protagonistas y me busco un problema o por si no os gusta y me criticáis… El caso es que, con mucho cuidado, mirando para todos lados y tratando de disimular el tembleque, me atreví a entrar en un bar de copas pasada la medianoche, con lo chungo que es ese horario, ya saben ustedes, por lo de las almas en pena, zombies, vampiros, ladrones, asesinos, violadores y esas cosas. Dentro del local hay mucha gente de todo tipo que intuyo en las tenebrosas sombras que los siluetean. Procuro mantenerme alejado de esa misteriosa muchedumbre, no me vayan a contagiar la covid o hacerme algo malo, vete tú a saber. Tampoco me atrevo a acercarme a la barra porque en ella hay un tipo chungo con gafas de pasta, camisa de flores y patillas algo difusas, discutiendo con el camarero. Este, dado el estado de embriaguez de aquel, se niega a servirle más bebidas alcohólicas y parece que se va a liar parda. Yo mejor me largo de aquí por la puerta falsa o la que sea, que tengo que cambiarme otra vez los pantalones. Mas cuando estoy a punto de salir escucho un estrépito de vidrios rotos, y es que, por lo que puedo observar por el rabillo del ojo mientras me escabullo a la oscura y peligrosa calle, el borracho ha lanzado el vaso que llevaba contra el mostrador y lo ha hecho añicos, por lo que los controladores de acceso del local lo han cogido y lo traen a rastras hacia mi posición con la intención de expulsarlo por la misma puerta en la que me hallo. Horrorizado por si me alcanza en el vuelo con el que prometen obsequiarle los vigilantes, salgo corriendo y huyo despavorido hacia mi casa.

Al día siguiente, temprano, cuando espero el metro medio escondido en un rincón de la estación de Callao con la sana intención de ir a trabajar, veo al mismo tipo de ayer durmiendo en un banco del andén y me acojono. Primero, que yo no me atrevería a dormirme ahí, en un sitio público, para que vengan unos gamberros y me quemen a lo bonzo o algo. Y, segundo, a ver si se va a despertar, va a recordar mi cara —suponiendo que me la viera— y la va a relacionar con el incidente del antro aquel y me va a atacar o algo. No me tranquiliza ver que en el suelo están sus zapatos. Al contrario, veo en sus pies unos calcetines agujereados por los que asoman ambos dedos gordos y temo pillar alguna contaminación si la peste que presumo que emiten los susodichos pinreles llegara a mi sensible pituitaria. Los demás, con muy buen y sabio criterio, procuran mantenerse alejados del tipo y, además, murmuran a saber qué barbaridades sobre él.

Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.

Resto de ejercicios pinchando aquí.

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