El loco
Huyendo de mis perseguidores me meto en un pub. No sé ni qué hora es pero debe de ser bastante tarde. Está todo lleno de charlies. En la barra, un tío gafotas, camisa floreada y patillas de capullo, habla con el camarero. Seguro que me está buscando para devolverme al sanatorio. Por suerte el camarero no debe de haberme visto porque niega con la cabeza de forma insistente. O, quizás, intenta engañarme haciéndome creer que le está diciendo que no para que me confíe, cuando en realidad le está proporcionando mis coordenadas exactas. Ha de ser lo primero porque el cabronazo se enfada y esclafa el vaso en la barra y hasta se corta la mano. La cosa se pone muy chunga y dos armarios del estilo de los que me persiguen se van a por el capullo y se lo llevan a rastras. Menudo susto, pensaba que iban a por mí. ¿Será que el capullo es de los míos? No sé, pero debo marcharme antes de que vuelvan.
Al día siguiente, temprano, me meto en la estación de metro de Callao para esconderme. Veo entonces, en el banco del andén en el que me suelo hacer invisible y quedo a salvo, al capullo de anoche durmiendo. Se ha quitado los zapatos el muy usurpador y, encima, me enseña los dedos gordos a través de sus calcetines, en un claro desafío por el control del banco de la invisibilidad. Aunque creo que con él no funciona porque la gente que espera el tren se mantiene alejada del banco y muchos parecen estar hablando de él. ¿O hablarán de mí los desgraciados?
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.