Cazador de zombies
Pasada la medianoche entro al bar de Paco bien armado. Hay mucha gente de todo tipo y, entre ellos, estará el zombie que acabo de ver entrar. Le sigo la pista desde hace horas. Me llama la atención, entonces, un tipo con gafas de pasta, camisa de flores y patillas algo difusas que levanta la voz. Pero no es lo que busco. Simplemente, es un borracho que discute con el camarero. Este se niega a servirle más bebidas alcohólicas y el tipo rompe un vaso contra el mostrador. Se hace sangre en la mano. Bien. El olor puede atraer a mi presa, debo estar atento. Pero los vigilantes del local me estropean la caza llevándose el cebo a rastras a la calle. Reviso bien el bar, pero no encuentro al maldito zombie. Le he perdido la pista con todo el follón del borracho. ¡Joder!
Al día siguiente, temprano, recorro los túneles del metro en busca de algún cadavérico trofeo hasta llegar a la estación de Callao. Mucha gente espera para ir a trabajar, ajenos a la plaga de zombies que asola la ciudad. De repente, un bulto llama mi atención. Me acerco y descubro que es el mismo beodo que echaron del bar, mi cebo improvisado. Duerme tumbado sobre un banco, descalzo, con los dedos gordos asomando por los agujeros de sus pordioseros calcetines. Parece ropa de zombie. Si no fuera por lo que vi ayer, pensaría que es uno de ellos. Valoro la posibilidad de que su reciente corte en la mano pueda atraer a mi presa al andén, pero la descarto de inmediato. El fétido olor de sus pies tapa, por su intensidad, cualquier otro efluvio que pudiera desprender la herida. No me extraña que la gente se mantenga apartada del borracho y que lo critiquen con tanta saña y escarnio. De repente, escucho un gruñido entre la multitud. Presiento que está cerca. Agarro con firmeza mi arma mientras alguien, a mi lado, marca un número en su móvil.
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.