La botella de ron
Entro en un bar de copas pasada la medianoche. Voy junto a otras compañeras en una caja que el transportista se echa al hombro porque hay mucha gente de todo tipo y le cuesta circular. Nos deja en la barra y el camarero nos coloca en el expositor trasero, a mí la primera. Tengo buena visión desde ahí y observo, frente a mí, a un tipo con gafas de pasta, camisa de flores y patillas algo difusas que me señala y discute con el camarero. Este, dado el estado de embriaguez de aquel, se niega a servirle más bebidas alcohólicas y el borracho rompe un vaso contra el mostrador. Me duele todo el vidrio solo de pensarlo. Mientras el camarero me destapa y sirve un cubata a otro cliente, veo que el beodo rompecristales es expulsado del local por los controladores de acceso del mismo. Me siento aliviada, aunque sé que no pasaré de esta noche, pues nuevos clientes se acercan a solicitar mi contenido, solo o mezclado.
Al día siguiente, temprano, el vigilante Mauricio, que colecciona botellas vacías y no tenía aún ninguna de mi fabricante, espera el metro en Callao para ir a no sé dónde conmigo bajo el brazo. Veo entonces al mismo tipo de ayer durmiendo en un banco del andén. Aterrada, no le quito ojo a ese enemigo de los vidrios, aunque me alivia ver en el suelo sus zapatos y en sus pies unos calcetines agujereados por los que asoman ambos dedos gordos. De momento parece inofensivo. Los demás humanos procuran mantenerse alejados del tipo, cosa que no me extraña en absoluto, y murmuran sobre él tal y como ayer lo hicimos las demás botellas del expositor y yo.
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.