Pirata
Intento entrar en una taberna de copas pasada la medianoche pero me golpeo con la pared junto al marco de la puerta. Maldito parche del ojo, esto de no controlar bien las distancias y las tres dimensiones, unido a la continua embriaguez que me solaza, me lleva lleno de chichones. Al segundo intento consigo acertar con la puerta y me introduzco en la oscuridad del sucio antro. Hay mucho piratilla por aquí, a la par que bucaneros, corsarios y viejos lobos de mar. Al acercarme a la barra veo a un pirata hawaiano (lo digo por la camisa floreada), con gafas modernas (ah, gafas, quien tuviera dos ojos para disfrutarlas, yo a lo sumo puedo aspirar a un monóculo y ya me vería chungo, con un ojo tras un cristal y el otro tras un negro trozo de tela vieja) y patillas mal perfiladas (ah, patillas, al nombrarlas me acuerdo de mis patas, una de ellas de palo, cómo extraño mi pata de atrás -la nombro así por lo animal que suelo ser- perdida en aquel desdichado y fallido abordaje) discutiendo con el camarero. Tiene toda la pinta de haberse bebido todo el ron de la bodega y supongo que se debe a ello que el capitán de este barco de tierra firme se niegue a abrirle otra botella. El corsario borracho rompe la botella vacía de la que bebía contra el mostrador y el ruido atrae a un grupo de marineros que lo inmovilizan y lo arrojan por la borda (es un decir) tras varios intentos (fallidos los primeros debido a sus respectivos parches en los ojos) de sacarlo por la puerta.
Al amanecer, temprano, mientras espero con un resacón en el puerto de Callao un bote que me lleve a mi galera a seguir saqueando y surcando los mares del Pacífico, veo al bucanero hawaiano de ayer durmiendo sobre los aparejos de un pescador (redes y otros elementos blanduchos, ya saben) recogidos en un rincón del muelle. En el suelo sus botas y en sus pies unas calcetas rotas por las que asoman ambos dedos gordos y podridos. Hasta las sardinas, los boquerones y los besugos del adyacente océano, ¡cuánto menos los marineros y viejos lobos de mar que por aquí pululan!, procuran mantenerse alejados de él entre cotilleos y murmuraciones sobre sus aromas pinrélicos.
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.