Coronavirus
Febrero 2020, una noche cualquiera.
En la boca de un calvo viajo hasta un bar de copas pasada la medianoche. Hay mucha gente de todo tipo, menudo paraíso para mí y los míos. En la barra, un tipo con gafas de pasta, camisa de flores y patillas algo difusas, llama mi atención poderosamente al discutir con el camarero. Este, dado el estado de embriaguez de aquel, se niega a servirle más bebidas alcohólicas y el borracho rompe un vaso contra el mostrador. Una oportuna tos del pelón me permite viajar hasta la boca del beodo justo cuando los controladores de acceso del local lo arrastran junto a nosotros para expulsarlo. ¡Misión cumplida! Espero que tenga una buena cirrosis u otra patología previa para joderlo al máximo.
Al día siguiente, temprano, mientras le gente espera el metro en Callao para ir a trabajar, una tos del borracho en cuya boca vivo y que duerme en un banco del andén, me lanza al aire, no sin antes haberme reproducido en su saliva dejándole un buen recado, como hiciera también con el mondo lampiño de ayer. Durante mi trayecto aéreo veo en el suelo sus zapatos y en sus pies unos calcetines agujereados por los que asoman ambos dedos gordos. Los demás procuran mantenerse alejados del tipo y murmuran sobre él y sus repentinas toses mientras yo trato de alcanzar a mi siguiente huésped. Una risa maligna que nadie podrá escuchar porque la emito en una frecuencia muy baja inunda la estación: muajajajajaja.
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.