El negociado del yin y el yang – Eduardo Mendoza
El negociado del yin y el yang
Eduardo Mendoza
RESEÑA
«No trates de encontrar un hogar en el ancho mundo.
Pero allí donde el azar te lleve, llámalo tu casa».
Adoro a Eduardo Mendoza. Es uno de mis escritores predilectos. Es más, cuando me preguntan por mi autor favorito suelo ponerlo a él el primero. No obstante, este El negociado del yin y el yang, aunque se lee con soltura y de manera agradable, me ha dejado un poco frío al principio. Encuentro en una primera lectura que la trama se diluye en una serie de hechos intrascendentes que, al menos a mí, me dejan con la sensación de que sí, he leído algo entretenido, me lo he pasado hasta bien leyéndolo, pero no le he encontrado mayor sentido. Y no es que sea sentido lo que precisamente busco en una novela de don Eduardo, maestro de ese estilo absurdo que tanto me hace disfrutar; pero el resto de su obra, con todas sus absurdeces, esperpentos y abundantes y pretendidas contradicciones tan bien manejadas, se redondeaban de manera que terminabas el libro con la sensación de que te han contado una historia con un principio y con un fin. Lo que en literatura se conoce como planteamiento, nudo y desenlace. No me pasó exactamente así con esta novela, al menos en la primera lectura ―sigan leyendo porque verán que una segunda lectura enriquece los significados de esta obra, a fin de cuentas, Mendoza es muy cervantino en su escritura y hay que saber leerlo con atención―.
No obstante, intuí desde el principio que el autor pretendía transmitir algo que quizás a mí terminaba escapándoseme, pues don Eduardo no hace las cosas a la ligera y tiene la cabeza muy bien amueblada. He de reconocer que no soy más que un aprendiz de escritor e, incluso, de lector, y que igualmente me lo he pasado pipa con el verbo ligero y fluido de Mendoza, como también lo disfrutara en tantas muchas obras, como la inefable La aventura del tocador de señoras y otras muchas. Quizás el sentido de esta obra sea el sinsentido de la misma, como si se tratara de un sindios amanecista ―luego hablaré de esto último―. Así que, me la volví a leer y se me abrieron muchos significados ocultos que no pretendo desvelar aquí. En fin, que centrándome ya en la novela que nos ocupa, me gustaría situarla temporal y geográficamente. El negociado del yin y el yang se inicia en los finales del franquismo, ambientada en un Nueva York alejado de nuestra patria y con un español que trabaja en la sede que la cámara de comercio mantiene allí. Este funcionario de la cámara de comercio es el protagonista, obviamente. La trama discurre por los últimos meses de la dictadura española y los primeros de la transición, vividos primero desde Estados Unidos ―es curioso, pero a modo de anécdota confesaré que leí dos libros seguidos al azar, sin pretenderlo, y en ambos el protagonista es un europeo que vive en Norteamérica, uno fue este que hoy reseño, y el otro El inquilino, de Javier Cercas―, luego desde el oriente asiático ―no especifico país/países para no destripar la obra― y sigue en nuestra querida España, con alguna escapada al extranjero ―tampoco quiero desvelar si el protagonista regresa o no a alguno de los puntos geográficos referidos anteriormente, para saberlo tendréis que leerlo hasta el final―. Aquí os cito, a modo de ejemplo de la prosa del gran Eduardo, uno de los momentos en que el autor aprovecha a sus personajes para hablar del Ampurdán:
Siempre he querido ver la tierra desde una avioneta, pero nunca se me ha presentado la oportunidad. Desde un avión comercial no es lo mismo. A esa altura todo parece desértico y feo. En una avioneta, a vista de pájaro, el Ampurdán debe de ser fantástico. A ras de suelo está polvoriento, como si no tuviera dueño que lo cuidase. Llueve poco y todo son matojos y cereales. Ahora están bonitos, pero después de la siega esto se vuelve un erial. A mí me gusta la zona, no vayas a creer, pero cuando estoy aquí sólo pienso en marcharme. La ciudad es horrorosa, ya lo creo, un continuo estrés. Entonces llego al campo y en vez de tranquilizarme, me pongo de los nervios. No es que no me guste la naturaleza, es que no sé cómo estar en la naturaleza. Siempre pienso: ¿yo qué hago aquí, en plena naturaleza? Lo mismo me ocurre en las noches estrelladas. Miro el firmamento y debería sentir algo sublime, pero más bien me cabreo. No con las galaxias, claro, sino conmigo mismo, por mi falta de capacidad para sentir algo elevado. ¿A ti no te pasa algo parecido?.
Rufo Batalla, el protagonista, se va viendo envuelto en una serie de peripecias la mar de entretenidas que, en una segunda lectura van rellenando de sentido la obra del autor catalán. Se recupera a personajes de otra novela de la trilogía ―recuerde el lector que El negociado del yin y el yang forma parte de la trilogía de Las tres leyes del movimiento―, como el príncipe sin reino Tukuulo ―el nombre, además de acertado, nos indica el grado de jocosidad del texto― o la sublime Queen Isabella. Y aparecen otros nuevos como la asiática Norito, o tuan Patam Rahül, que harán las delicias del lector junto al personaje principal, que vive la mayor parte de la obra sorprendido por los inesperados ―pues prefiere no saber de antemano― acontecimientos que se van sucediendo. Además, la descripción que hace Mendoza de los lugares por los que pasa el protagonista no te deja indiferente y les otorga una vida a dichos sitios, con el cálamo de su literatura, que de otro modo quizás no tuvieran, lo que estaría perfectamente en consonancia con el tono valiente del resto de esta obra.
El peculiar emplazamiento geográfico de Barcelona, que causa buena impresión al forastero, es uno de sus principales defectos para quienes viven allí. Enmarcada entre una espaciosa franja de mar y una suave y diminuta cordillera, Barcelona viene definida por sus límites. Por esta causa, el barcelonés vive encajonado y, aunque finge ignorar su discapacidad, por más que se apresura, nunca saldrá del corto perímetro de su demarcación. A menudo un tráfico caótico y unos transportes públicos insuficientes le hacen creer que soporta los problemas propios de una gran ciudad, pero esta reflexión sólo es un falso consuelo: comparada con una aldea, Barcelona es una gran ciudad, pero comparada con una gran ciudad, sólo es un reducto provinciano, hipertrofiado, endogámico y pretencioso. En aquella época y a nivel simbólico, todo barcelonés se identificaba con el más estrafalario de sus habitantes: un gorila albino apodado sin ingenio Copito de Nieve, que el azar había llevado desde la selva de la Guinea Ecuatorial al exiguo zoo ubicado en los terrenos de la antigua Ciudadela. Allí transcurría del modo más desafortunado la vida de aquel simio, mitad bestia, mitad institución municipal, más peluche que fiera, sin esperanza de libertad ni de cambio, en su desesperante rutina, alimentado y cuidado con esmero, observado con rigor, y condenado, como un Sísifo obsceno, a copular sin pausa con la esperanza, siempre fallida, de reproducir su valiosa anomalía. Así pasaba las horas Copito de Nieve, ante los ojos asombrados de millones de visitantes que venían de todas partes a contemplarlo y se iban, al cabo de un rato, admirados, aburridos y a menudo asqueados, perseguidos por la mirada esquiva, malévola, a ratos desdeñosa y a ratos suplicante, de aquella criatura cuya extraña morfología la había convertido, sin que mediara por su parte voluntad ni esfuerzo, en una atracción única en el mundo, por la que nadie sentía piedad, quizá porque él nunca esbozó un ademán que la inspirara.
Poco a poco y, sobre todo, en una segunda lectura ―o yo estaba muy empanado en la primera―, vas descubriendo secretos escondidos entre las líneas, y vives la experiencia de la lectura de un modo más consciente, sacándole el jugo y descubriendo que don Eduardo Mendoza tiene muy bien pensado todo lo que escribe. Dejo dicho trabajo de pico y pala al lector empedernido que si no lo consigue en la primera lectura, logrará la máxima satisfacción en la segunda. En la novela encontrará, además, referencias literarias a grandes autores como Mercé Rodoreda y Faulkner. De este último cita a su Luz de agosto, en un guiño a una de las reinas del absurdo de nuestro cine nacional: la famosa Amanece que no es poco de José Luís Cuerda, película de culto donde las haya y en la que, como bien sabrán muchos de ustedes, un exiliado de la política plagia dicha novela. Además, en esta obra, entre otras cosas, el ateo Mendoza nos muestra diferentes aspectos de la cultura oriental, aprovechando el periplo de Rufo Batalla por el lejano oriente:
En la práctica, el karate era una actividad más próxima al circo que a la pendencia. Cuando todavía era una novedad, se organizaron algunos encuentros entre boxeadores y karatecas y estos últimos salieron muy mal parados. Incluso Muhammad Ali, en el inicio de su decadencia física, se enfrentó a un karateca famoso en un combate esperpéntico que no acabó de ninguna manera. Pero el karate, con su componente de sabiduría oriental y charlatanería mística, introdujo en la cultura popular un nuevo tipo de héroe invencible, tanto en el terreno de la lucha como en el de la moral.
(…)
Como muchos occidentales, el señor Melgares tenía en muy poca estima el Japón moderno. Todos aquellos detractores habían sentido por el país y su cultura una fascinación estética e intelectual a partir de la concepción que ellos se habían formado, y luego habían sufrido una tremenda desilusión al comprobar la rapidez y la facilidad con que la sociedad japonesa se desprendía de sus valores tradicionales para absorber sin reservas el modo de vida americano. Y como suele ocurrir en el terreno emocional, las víctimas no achacaban la decepción a su propio error de juicio, sino a una alevosa traición por parte del objeto de sus fantasías.
Los reyes y los farsantes lo son porque los demás los creen.
Con sentencias como la que acabo de reseñar sobre reyes y farsantes, Eduardo Mendoza termina de construir esta compleja pero entretenida novela a cuya colección de absurdos daremos mayor sentido en una segunda lectura. Realmente, aún con las leves reticencias que he reflejado a lo largo de esta reseña, sumergirnos en las páginas de este libro nos hará pasar un buen rato y nos obligará a pensar un poco más que otras lecturas. Solo una cosa, si fuera posible recomiendo evitar la versión electrónica. Al menos la que yo he manejado me ha resultado pesada de manejar en mi dispositivo, siendo lenta al pasar las páginas e incómoda en varios aspectos técnicos. Creo que este libro gana mucho más en papel, porque la edición electrónica, como digo, no me ha funcionado demasiado bien. Por lo demás, dejaos sorprender por el pulso narrativo de don Eduardo, que sabe muy bien cómo atraparte en las redes de sus obras y te arranca sonrisas con las absurdas situaciones en que sitúa a sus entrañables personajes. Libro gracioso para leer con tranquilidad y calma, saboreándolo.
Hasta la próxima.
Ficha técnica:
Editorial: Seix Barral
ISBN: 978-84-322-3597-9
Edición: Primera edición en libro electrónico
Formato: Libro electrónico
Género: Narrativa
Traducción: No procede