Pintor de brocha gorda
Como un rodillo empapado cruzo la entrada mal pintada de un bar de copas pasada la medianoche. A pesar de los desconchados en las paredes y los tonos pasteles supervivientes hay mucha gente de todo tipo. En la barra bien barnizada, un tipo con gafas de pasta, camisa de flores y patillas algo difusas, se pinta solo para discutir con el camarero. Este, viendo que a aquel se le vaciaría medio cubo de pintura si tuviera que transportar uno durante diez metros, se niega a servirle más bebidas alcohólicas y el borracho, de un brochazo, rompe un vaso contra el mostrador, por lo que es expulsado del local por los controladores de acceso del mismo. Creo que es una buena medida después de que se haya cargado la anteriormente impoluta capa de barniz, aunque yo se lo habría hecho pagar.
Al día siguiente, temprano, cuando espero el metro en Callao para ir a pintar la casa de un ministro que me va a pagar en negro, veo al mismo tipo (que, por cierto, ya no pinta nada) durmiendo en un banco del andén en el que hay un cartel de recién pintado. ¡Verás cuando se levante! En el suelo sus zapatos salpicados de la pintura del banco y en sus pies unos calcetines agujereados por los que asoman ambos dedos gordos. A grandes trazos, los demás procuran mantenerse alejados del tipo (por si salpica, supongo) y murmuran sobre él.
Relato perteneciente a mi proyecto: Ejercicios de estilo.
Resto de ejercicios pinchando aquí.