Los carritos del súper y la fe en la humanidad
Hace cosa de un año que quiero escribir este artículo. Digo esto por delante ya que habrá lectores que, debido a las fechas en que lo publico, lo quieran relacionar con lo del famoso covid-19 y la desescalada actual, pero no van por ahí los tiros. Aunque podrían. Pero insisto, hace como un año que quiero confesarme públicamente, solo que no había tenido tiempo de sentarme a escribir sobre esto. Y es que les quiero contar que he perdido la fe en la humanidad.
Sí, como lo oyen —o mejor dicho, como lo leen—, he perdido la fe en la humanidad. Lo repito porque me parece tan terrible que no termino de hacerme a la idea, pero sí. He perdido la fe en la humanidad.
Por supuesto, muchos factores han ido resquebrajando ese vaso, no el de la paciencia, sino el de la fe, el de la confianza, el de la esperanza en un mundo mejor —algo que solo podría lograr la humanidad—. Hechos y vicisitudes que, a lo largo de los años, lo han ido desportillando y agrietando, permitiendo que, gota a gota, se vacíe. Algo así como lo contrario de la gota que colma el vaso y lo desborda. En este caso, hablo de lo contrario, de las mellas, de la brechas que, consecutivamente, lo van vaciando. Hasta agotarlo.
La última, la que para mí lo secó del todo, fue hace unos meses, tal vez más de un año, no llevo la cuenta, la verdad. ¿Para qué? Si la esperanza se perdió con esa grieta —pero no crean, aunque el vaso esté vacío, van abriéndose nuevas rajas, sigue descascarillándose, aunque ya no queden gotas que desaguar—, de qué sirve llevar la cuenta. Ya solo queda esperar y resistir.
Y se estarán preguntando ustedes —o no, porque igual se las trae al pairo, miren por donde, una expresión muy relacionada con el agua que guía mi discurso, derramada en este caso— a qué golpe me refiero. Qué fisura fue la que terminó de vaciar mi vaso y me hizo perder la fe en la humanidad. Muchos de ustedes ya se la habrán imaginado por el título de este artículo. Me refiero a los carritos del súper.
—¿Los carritos del súper? Explíquese usted, don Sergio.
Sí, claro, los carritos del supermercado. ¿Recuerdan ustedes cuando había que ponerles una monedita para cogerlos, la cual era devuelta cuando los colocábamos de forma correcta en su lugar correspondiente? Durante décadas nos han enseñado a ser cívicos y ordenados con la zanahoria del burro, ese euro —a veces cincuenta céntimos— que nos recordaba la importancia de dejar las cosas como las habíamos encontrado, el valor de ser buenos y educados ciudadanos. Quizás sea por eso, porque nos hayan tratado como a asnos, como animales de cuatro patas, que muchos no han/hemos aprendido nada.
Pues bien. El súper de mi barrio, hace cosa de un año quitó el sistema de la monedita. Los carros se pueden coger libremente desde entonces. Supongo que la empresa confiaba en que la gente ya sabía, después de tantos años haciéndolo bien, cómo tenía que actuar y los volverían a colocar en su sitio. Tenían fe en la humanidad, como yo. Y, o siguen teniéndola o no tienen presupuesto para volver a poner el sistema de la moneda, porque el aparcamiento del supermercado ha terminado convirtiéndose en un caos. Llegas en tu coche —porque vas a hacer una compra grande, que tampoco habría por qué coger el coche para mercarse una simple barra de pan— y te encuentras la mitad de los estacionamientos libres del súper ocupados por un carro vacío —en favor de la empresa hay que decir que de vez en cuando pasa un empleado recogiéndolos todos—. Son los carritos de los que muchos han traspasado su compra al maletero del coche y se han largado pitando, dejándolos ahí enmedio —antes de que les pudieran llamar la atención, cosas que, de todos modos, tampoco iba a pasar, pues hay quien se ofende mucho cuando le dicen la verdad en la cara sobre su mal hacer y el gerente del súper no está por la labor de perder clientela— porque no tenía ni el tiempo ni la decencia ni la educación de acercar el chisme de marras a su sitio.
Fue ese día, uno de tantos en que fui a comprar y me encontré medio parking lleno de carritos abandonados, a pesar de las décadas de educación por el sistema de premio o recompensa, llámenlo como quieran, cuando el vaso de mi fe sufrió la grieta definitiva —que no la última, pues siguen surgiendo nuevas en el día a día— que lo terminó de vaciar y que hace que, cuando una nueva gota de esperanza cae en él, se desparrame pronto hacia afuera a través de ese hueco o de otros nuevos, de los que se han ido generando después —y de los que no voy ni a hablar, al menos en este momento, por no alargar el artículo—.
Sí, he dicho que perdí la fe en la humanidad, pero también la recupero día a día con muchos gestos que veo a mi alrededor. En realidad, a las gotas que caen en el vaso no les da tiempo a desparramarse. ¡Son tantas! Sí, quizás sí que el mundo pueda tener solución. Por favor, no dejemos de luchar por ello.
Feliz fin de semana a todos.