Territorio comanche – Arturo Pérez-Reverte (Reseña)
Territorio comanche
Arturo Pérez-Reverte
RESEÑA
«Porque en el fondo cada muerto no es sino eso: el dolor futuro de alguien que te espera y no sabe que estás muerto».
(Arturo Pérez-Reverte)
Aviso de que Arturo Pérez-Reverte es uno de mis autores favoritos, un maestro (aunque mi humilde aprendizaje nunca esté a su altura) y no solo de esgrima, que también. Digo esto al comenzar esta reseña para que quede claro lo difícil que me va a resultar ser imparcial en esta crítica literaria de su obra «Territorio comanche» que, aunque ya tiene unas décadas en el mercado, no deja de recordarnos la oscuridad que nos acecha en el fondo de nuestras almas. Ya lo hizo en su día Joseph Conrad en «El corazón de las tinieblas», como los propios personajes de Territorio comanche se encargan de recordar al lector en un hermoso ejercicio de intertextualidad, lo que no impide a Arturo estremecernos con su prosa directa y atrevida al contarnos, entiendo que de primera mano, un trocito de la guerra de los Balcanes, la que deshizo la antigua Yugoslavia en diversas repúblicas como Serbia, Croacia, Montenegro, Macedonia, etcétera.
Se trata de una obra escrita en tercera persona, aunque uno de los protagonistas, Barlés, entiendo que es el alter ego del propio Pérez-Reverte, que cubrió la guerra de los Balcanes en los años noventa (del siglo XX, lo cual especifico por si estas reseñas aún siguieran leyéndose en el siglo XXV, por ejemplo) para TVE. Es una novela corta repleta de anécdotas y/o tragedias que le sucedieron a diferentes periodistas no solo en la guerra en la que se ambienta la trama, sino también en otros conflictos bélicos. La acción principal del libro transcurre en los alrededores de Bijelo Polje, pequeña población de la ahora República de Montenegro, en donde un grupo de soldados bosnios ha preparado la voladura de su puente. Toda la obsesión del otro protagonista de la obra, Márquez, es captar con el objetivo de su cámara el momento de la detonación y destrucción del puente.
«Supo que Márquez rumiaba el mismo pensamiento, porque vio que sus ojos quedaban fijos en un punto indeterminado y la boca se le endurecía. Lo del asilo ocurrió al principio de la guerra, cuando media Petrinja, evacuada por los croatas, aún no estaba en manos serbias. Era territorio comanche en estado puro, y el ruido de los cristales rotos chascaba bajo sus pasos cuando caminaron con precaución por el lugar vacío, uno a cada lado de la calle, vigilando los edificios y atentos a los cruces, por si los francotiradores. Con esa sensación en la cara interior de los muslos y en el estómago que da saberse solo en tierra de nadie. Habían buscado provisiones en una tienda despanzurrada: chocolate, galletas, una botella de vino. Más tarde, en unos grandes almacenes saqueados, Barlés encontró un suéter de lana inglesa a su medida y Márquez una corbata de pajarita que se puso en el cuello de la camisa caqui. Después hicieron una entradilla en una plaza llena de agujeros, estamos aquí, etcétera, ciudad abandonada y demás. Barlés con el micro de TVE en la mano y Márquez haciéndole un plano medio, con un ojo en el visor de la cámara y el otro alrededor, atento. Y cuando ya se marchaban dieron con el asilo de ancianos».
Territorio comanche es una novela dura, llena de mala leche, como la que tienen las guerras. Una obra donde un lúcido Arturo Pérez-Reverte nos muestra en carne viva, con numerosos ejemplos salpicados por aquí y por allá, la crudeza de cualquier conflicto bélico y el poso de amargura que deja en los que se enfrentan a dicho acontecimiento. Pero no solo hay mala follá, también descubrimos especies alejadas del campo de batalla y que, sin tener ni puta idea de lo que allí sucede, solo se preocupan de justificar sus apuntes contables o de hacerse la foto y salir corriendo. Un texto en el que Pérez-Reverte explica el funcionamiento del mundo periodístico y de parte de la casa de TVE, nuestra televisión pública, sacándole las vergüenzas cuando resulta necesario.
«Había dicho eso de modo casi literal. Entonces un tanque serbio apareció al extremo de la avenida, y Márquez, de pie en mitad de la calle, filmó las balas trazadoras que pasaban entre sus piernas hasta acertare a un fulano que, tumbado en el suelo con un RPG-7 en las manos, intentaba darle al tanque. Después todo fueron carreras y confusión, el herido desangrándose en el suelo, Barlés entrando en cuadro —hazte enfermera, cabrón— para taponarle la herida, un cañonazo a bocajarro y todos, incluyendo el herido que saltaba a la pata coja, salieron de cuadro mientras Márquez, que había empezado con una toma de foco en corto sobre el muslo atravesado, se limitaba a abrir, impasible, a plano general. Horas después aquellas imágenes iban a dar la vuelta al mundo, y TVE las estuvo utilizando casi un año como reclamo publicitario de sus servicios informativos; pero en aquel momento, a Márquez y a Barlés los servicios informativos les importaban un carajo. Así que lo que hicieron fue salir corriendo con los demás hasta el puente, con el tanque detrás, y Barlés sólo recordaba haber corrido tanto en 1982, ante los Merkava judíos que remontaban la carretera de la costa entre Sidón y Beirut, aquella vez que Manu Leguineche creyó que se lo habían cargado y andaba preguntando por los hospitales si había allí un sahafi espani, un español al que le hubieran dado matarile. Pero desde la carretera de Sidón habían pasado diez años, y ahora Barlés y Márquez y el propio Manu gozaban de peores piernas que entonces. Así que llegaron sin aliento al otro lado del puente de Petrinja, que tenía preparada dinamita como para volar la catedral de Zagreb. Y fue entonces cuando Márquez se tumbó, preparando la cámara».
Con ese estilo ágil y ameno que caracteriza a Arturo Pérez-Reverte el autor nos sumerge en pleno territorio comanche y nos explica que en la jerga periodística llaman así al «lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta (…)» (en la siguiente imagen os pongo la contraportada de esta edición, donde tenéis la cita completa por si queréis leerla). Aunque la acción principal se desarrolla en una jornada, los flashback y recuerdos nos transportan a otros momentos de la guerra yugoslava e, incluso, a otros conflictos en los que el académico de la lengua fue corresponsal (o al menos en la mayoría de ellos) para mostrarnos una extensa nómina de corresponsales de guerra de diferentes medios internacionales no siempre lo suficientemente afortunados (los periodistas) como para obtener un final feliz. Y para hablarnos, cómo no, de las víctimas de esos conflictos. También de los inocentes: niños, animales domésticos… En fin, no quiero entrar en más detalles por no destriparos la obra así que tendréis que leerla.
«Márquez sacó del bolsillo un arrugado billete y se lo dio. Siempre era el mismo dólar el que apostaban, pasándoselo uno a otro según los avatares de la fotuna. Sólo una vez cambiaron de divisa, en Mostar, apostando un millón de dinares a que no habría ninguna bomba entre las dos y las dos y media de la tarde. A las dos y siete minutos, un mortero croata hizo impacto a diez metros del lugar donde conversaban con un teniente de los cascos azules españoles, mató a un civil e hirió a otros dos. Márquez grabó al teniente recogiendo a un herido mientras caían otros dos morteros más. El teniente quedó cubierto de sangre ajena, todos creyeron que también le habían dado a él, y contaban que su mujer, al verlo en el Telediario, se llevó un susto de muerte. El caso es que, al terminar, Barlés fue hasta el banco de Mostar, cuyos escombros estaban alfombrados con billetes de la desaparecida federación yugoslava, contó un millón en fajos de mil y se lo entregó a Márquez para saldar la apuesta».
Arturo Pérez-Reverte no defrauda en esta corta obra que quizás hoy se podría considerar novela histórica, salvo porque se escribió entre los años noventa y tres y noventa y cuatro, en pleno conflicto bélico de los Balcanes, prácticamente en directo. Si me apuráis solo me falla una cosa: el número de páginas que me resulta un poco corto, pero no porque no haya quedado bien redondeada la historia, ni mucho menos, sino porque Arturo siempre te deja con esas ganas de más, con ese sabor de boca (a veces agridulce, como en este caso) con el que te dejan los buenos manjares en una mesa recién agotada, una mesa en la que, de seguir habiendo condumio, seguirías comiendo aunque fuera por pura gula. Por suerte hay muchas otras novelas de Pérez-Reverte por si, después de devorar Territorio comanche, os quedáis con ganas de más.
Otras reseñas de Pérez-Reverte pinchando aquí.
Hasta la próxima.
Ficha técnica:
Editorial: Ollero & Ramos editores (distribuye Plaza & Janés editores)
ISBN: 978-84-7895-025-7
Edición: Vigesimoquinta edición (Abril 1997)
Formato: Papel
Género: Crónica bélica.
Traducción: No procede